La noche que Héctor Lavoe me pidió un vaso con agua en Itagüí


“El Cantante de los Cantantes” con su partida, nos enseño a amar más su música

La muerte de Héctor Lavoe, me cogió esa tarde en el parque del municipio de La Estrella, claro era martes y el día normal de principio de semana en un municipio tan sosegado y tranquilo como el siderense, no distaba mucho del verano que se vivía en la época en el país.

Recuerdo, se me acercó uno de los clientes que por ese entonces frecuentaba la Heladería Fuente Clara que por ese entonces este redactor administraba con gran entusiasmo. Cuando me dijo la noticia no caí en cuenta de quién se trataba: “Que vacío tan infinito nos dejó, pasaran 500 años para que vuelva a salir otro similar”, Dijo. Solo vine a caer en cuenta cuando tarareó una de sus canciones más famosas: “No importa tu ausencia, te sigo esperando….

No lo podía creer, era el “Cantante de los Cantantes”, el gran Héctor Lavoe, aquél flaco desgarbado que 23 años atrás la vida me había permitido conocer en el “Club El Corso” (Hoy hay un Bingo allí), en todo el parque de Itagüí, cuando apenas era un niño que vendía empanadas y que esa noche de cualquier día de fin de semana de la alborada de los años 70’s, se colaba en ese establecimiento para ver un salsero que hasta ese momento para mí era un completo desconocido.

Evoco aquella noche: pasaba de mesa en mesa ofreciendo mis empanadas, los salseros decían impacientes mirando sus relojes que hasta que el puertorriqueño no acabara su concierto en La Macarena (Plaza de Toros de Medellín), no se presentaría en dicho establecimiento Itagüiseño.

Muy temprano terminé mi labor en las ventas, como me había hecho amigo del barman, éste me pidió que le ayudara lavando la cristalería (vasos y copas), pasada la media noche se escuchó la algarabía. “El Flaco”, el hombre más esperado, había hecho su aparición por la puerta del establecimiento acondicionado para la presentación aquella noche.

Solo alcancé a ver la figura delgada de un cantante que nunca olvidaré, más aún cuando en la mitad de las 10 canciones que cantó, se acercó al mostrador para pedir un vaso con agua. Ahí en ese preciso momento quedó su imagen tatuada en mi mente, esa estampa que vi esa noche tan cerca de mí, volvía a mi memoria ese martes 30 de junio de 1993, cuando el amigo cliente de la heladería que administraba me contaba la fatal noticia.

Hoy, 23 años después de sus deceso, cada que escucho una de sus canciones, vuelve a mi mente, la estampa de aquella noche de inicios de los años 70’s, así mismo, todas las noticias y momentos difíciles que este gran icono de la salsa tuvo que pasar antes de encaminarse a la eternidad,

La muerte de su hijo, la de su padre, también la de su suegra, la discusión con su esposa al intentar suicidarse lanzándose por una ventana de un noveno piso, fracturándose las dos piernas, todo esto causó que Lavoe volviera a recaer fuertemente en el uso excesivo de las drogas, frustrando aquél intento de dejarlas para siempre.

Lo más lamentable, fue la causa de su muerte, tiempo después se supo que el sida había acabado con sus días, tristes recuerdos de un inmenso salsero que hoy en su vigésimo tercer aniversario, traemos a colación desde que mis ojos lo vieron en esa ocasión nocturna, en aquél lugar donde como por arte de magia su reloj de oro se perdería.

Héctor Lavoe, “El Cantante de los Cantantes”, “El Rey de la Puntualidad”, “El hombre que cuando estaba de frente, parecía que estuviera de lado”, el que marcó mi vida para siempre en la salsa, ese flaco desgarbado que junto a Willie Colón, Tito Puente, La Fania All Star  y con su propia orquesta, nos dejó un buen “surtido” de temas que aún hoy y por muchos años más seguiremos evocando en el día a día.

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